martes, febrero 06, 2007

Guerra Santa y cruel


Una guerra santa emprendida contra el eje del mal: el ataque al terrorismo. Como una gran cruzada, se unen las fuerzas occidentales contra el Oriente bárbaro, sanguinario y, sobre todo, destructor de los valores de los que no usamos turbantes. Pero ahí está una resistencia que no da tregua. Ahí están los números que recuerdan que las fuerzas aliadas han perdido más de 3000 vidas (al menos, esas son las bajas declaradas) en una ocupación de casi cuatro años sin otro resultado que los negociados por la reconstrucción, el deterioro de las condiciones de vida de la población civil, el derrocamiento de un poder político que deriva antes en la guerra entre facciones que en la construcción democrática. Esto, por no mencionar el saqueo de los museos y la destrucción de monumentos históricos que eran patrimonio de la humanidad.

Sí mencionaré Abu Grahib. La tortura hecha espectáculo nuevamente. Uno más de nuestros medievalismos. Con una diferencia: la brutalidad medieval era bien vista, el castigo y la ejecución eran por demás crueles tanto en lo que se refiere a las Cruzadas como en la práctica de la justicia por la Inquisición a partir de su desarrollo en España. Pero nos hemos vuelto más y más humanitarios, y creamos normas acerca del trato a los prisioneros, que por supuesto prohíben toda forma de maltrato. Esto, en el mismo siglo XX que vio nacer los bombardeos sobre las ciudades y otras poblaciones civiles, los campos de concentración y las masacres étnicas planificadas. Estas prácticas se realizan hoy calculadamente, y calculadamente se las disfraza de errores o de “daños colaterales”. Lo demás, si se puede, se disimula. Cuando los Estados Unidos invadieron Irak en enero de 1991, las transmisiones de la CNN mostraban a través de una cámara fija las estelas de un verde brillante que dibujaban los misiles en el aire antes de caer. No veíamos las explosiones, la guerra era irreal, virtual. Cuando el hijo de aquel invasor volvió a completar la obra de su padre (y en el desarrollo de los acontecimientos al interior de la familia Bush, en el entorno de la familia de Hussein, y comparando los dos modelos de violencia, no puedo evitar encontrar elementos de tragedia griega, Edipo y las Orestíadas reviviéndose hasta el final) ya teníamos Internet, así como los celulares con cámaras, el fanatismo blogger y la idea de que todo debe ser mostrado para existir. Entonces, los soldados torturadores activaron sus teléfonos móviles y retrataron su cotidianeidad. Hombres y mujeres de uniforme sonriendo junto a iraquíes torturados como quien se fotografía delante de un monumento o paisaje en el que está de visita. Fotos de personas desnudas y amontonadas, humilladas, cargando las señales del miedo y el maltrato. Despersonalizados en el montón de cuerpos humanos, en la cabeza encapuchada, en la pose perruna con la cadena al cuello. Especialmente despersonalizados en contraste con los soldados que son hijos de su tiempo y toman imágenes de lo que hacen y lo que ven para poder sostener que hacen y que existen. Solo que hoy esas imágenes, como más tarde las de las niñas israelíes escribiendo mensajes en los misiles destinados al Líbano, no pueden normalizarse. Cuando superamos por un momento nuestro medievalismo comprendemos que la tortura, la masacre y la crueldad no pueden entenderse como justicia, sino como lo que realmente son: terror y muerte.