Este es mi
trabajo de cierre de la materia Procesos Sociales Contemporáneos, de la
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCUYO, junio de 2019
Dos textos de la
cátedra han llamado mi atención especialmente: “’Estado de guerra’ permanente y
razón cínica”, de Enrique Dussel, presentado en 2002, y algunos capítulos de El siglo de la revolución, de Josep
Fontana. Este libro es más reciente: se publicó en 2017.
Mientras el texto
de Dussel es contemporáneo de los movimientos anticapitalistas, la primera
década y efervescencia del Foro Social de San Pablo y las decisiones
geopolíticas del imperio después de los atentados del 11 de septiembre de 2001
en Estados Unidos, el libro de Fontana aparece después de la crisis financiera
de 2008-2009, de la que solo salieron bien parados los bancos gracias al dinero
público en los países centrales; después de los movimientos ciudadanos internacionales
de indignados, contra los ajustes y la exclusión en varios países europeos;
después de la explosión de los movimientos de mujeres y del regreso de la
derecha a los gobiernos de la región, sea por golpes blandos o gracias a las
guerras libradas desde los medios de comunicación que controlan.
Dussel explica la
forma en que la filosofía anglosajona supera el dilema ético que supone
esclavizar o explotar a otro. En la medida en que el otro es una amenaza para
mi vida, sostiene Locke, tengo derecho a tomar su vida; entro en un estado de
guerra que suspende el estado de naturaleza que no me habilitaría a hacerlo; a
la vez, esclavizar a ese otro es retrasar, para mi propio beneficio, mi derecho
a tomar su vida. Este otro al que se hace referencia puede ser quien me odie o
quien no comparta mi idea de justicia. Así como hace cuatro siglos esta
tautología servía para convertir a pueblos enteros en víctimas de la
esclavitud, en este siglo permite a los Estados Unidos y sus aliados avanzar
contra el terrorismo sin cuestionarse las masacres civiles o el uso de la
tortura.
Es inevitable recordar
las dictaduras latinoamericanas de las décadas de los 70 y 80 y los tormentos a
los que sometieron los represores a miles de hombres y mujeres de todas las
edades. Es muy clara también la base ideológica de estas prácticas, así como su
fuente.
El otro de la
historia hoy es un abanico de otros: los pueblos periféricos, los pueblos colonizados,
les trabajadores, las personas desempleadas y marginalizadas, las mujeres, las
minorías sexuales, las personas con discapacidad, las juventudes. Todos estos
sectores han conformado en estos casi 20 años del siglo XXI diferentes alianzas
y cruces con distintos grados de profundidad y efectividad. A todos estos
sectores sociales, en cada país donde habitan, se les ha condenado al
despotismo por no acatar la ley que preserva los privilegios de los sectores
hegemónicos, privilegios que desde la hegemonía se entienden como derechos.
Este despotismo (siempre
siguiendo a Locke, citado por Dussel) se materializa en forma de guerra
directa, de guerra civil apoyada por potencias con Estados Unidos a la cabeza,
de golpes parlamentarios, golpes judiciales y ataques mediáticos. Con estas
herramientas lograron que, uno a uno, casi todos los países de Latinoamérica,
por ejemplo, retrocedieran en sus agendas progresistas, en lo que podía leerse
como un camino hacia la liberación, y que la región volviera a caer en la
periferia política y en el lugar de proveedora de materias primas y recursos
energéticos. Vuelve a caer también así en la lógica del capital financiero, del
desequilibrio persistente de la balanza comercial, de la injerencia permanente de
Estados Unidos y sus secuaces en la política regional, del extractivismo
contaminante y la pérdida de soberanía.
Fontana cita a
Gordon como el agorero del fin del crecimiento económico general y de la
superación de la desigualdad. Es verdad que la dirección que toman las actuales
conducciones políticas de nuestros países y las alianzas que establecen entre
ellos promueven niveles de pobreza que no esperábamos volver a ver. También es
cierto que el avance de la producción desde la era informática a la de la
digitalización incrementará la brecha social, la concentración monetaria y el
desempleo, y que el regreso del neoliberalismo triunfante viene sostenido por
medios de comunicación que pregonan a cada segundo y desde múltiples plataformas
los supuestos beneficios de sus políticas de ajuste.
Sin embargo, el
mismo autor nos dice que, más allá de este interregno de caos y desigualdad, existe,
impulsada por fuerzas múltiples desde las bases, una esperanza de un proyecto
colectivo transnacional que pueda reconocer, cuestionar y desmontar el orden
social vigente y el modo de producción que lo sustenta.
Escribí hace
poco: el opresor oprime y cree que no duele porque a él no le duele. Al mismo
tiempo, el oprimido podría estar tan acostumbrado al dolor como para no darse
cuenta de qué es lo que le impide enderezar la espalda y levantar la vista del
suelo. Mala situación, pues nada colectivo se construye con subjetividades
arrasadas. Pero por eso estamos aquí, para eso nos formamos, militamos y
actuamos en la sociedad. Es imprescindible identificar la mano que oprime, reconocer
las herramientas disponibles, hacernos de ellas y utilizarlas para nuestro
beneficio, el de las mayorías que merecemos la libertad y la felicidad.
Considerando que nos
Amenazáis pues con fusiles y cañones
Hemos decidido temer más ahora
Una mala vida que la muerte.
“Resolución de los comuneros”, de Bertolt Brecht
DUSSEL Enrique. “Estado de guerra permanente y razón cínica”,
Revista Herramienta, N° 21. 2003
FONTANA, Josep. “El siglo de la revolución: Una
recapitulación y un final abierto”. Pág. 633/649. En El siglo de la revolución desde 1914. Una historia del mundo. España:
Editorial Crítica, 2017.
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